Antes de que se inventara la imprenta, la comunicación escrita era accesible solamente, a través de manuscritos. Ciertas órdenes religiosas designaban a algunos de sus miembros para transcribir en exclusiva párrafos enteros del saber religioso. Cabe recordar que la materia prima sobre la que se colocaba la letra entintada provenía del mundo vegetal: el papiro. Màs tarde, del reino animal: el pergamino. En cuanto a los ítems de la gráfica, hay que mencionar que el tipo de letra, la decoración de las mayúsculas y el reborde o caja del texto era un conjunto del todo inquietante. Plagado de dragones, serpientes y otras figuras paganas. Para muestra el Libro de Kells. Su diseño parece advertir al lector: Cuídate del infierno. Cumple.
El gran cambio se produce a lo largo del siglo XVI. La edición de libros se convierte entonces, en un banquete de información. La suma arroja menos monjes involucrados y más lectores. Se entiende que la imprenta y sus miles de copias marcaron el compás del tiempo y de su afán. En particular, de la vida misma de Menocchio, un campesino italiano que leìa todo lo que llegaba a sus manos. En realidad, devoraba libros y los convertìa en el tema de sus peroratas. Salpimentaba lo dicho con inquietudes que captaba en el ambiente. La suya era la curiosidad de un publicista. Menocchio por lo mismo, no se inclinaba a las elaboraciones en regla. Coqueteaba con el disparate, lo que pronto lo convirtiò en una amenaza del tipo no-quiero-que-me-vean-con-ese (tipo). Recuerden ustedes a Lutero, el protestante excomulgado.
Para llegar a la médula del asunto. A imaginar que Menocchio es llevado ante el Santo Oficio. Se le acusa de transgredir el discurso oficial de la iglesia. Las audiencias que van y vienen, pero el hombre no para de hablar (¿padecía un TOC?). Dice finalmente: no me retracto. ¡Ay! En correspondencia, el tribunal lanza su dictamen. La rareza diabólica, el universo oral y en general las maneras malsanas de Menocchio deben decantarse en el fuego purificador de la hoguera.
La versión de Menocchio sobre el origen del mundo da pie al título del libro de Carlo Ginzburg: ´El queso y los gusanos´. Y dice así: La tierra, el aire, el agua y el fuego siempre presentes, se volvieron con el tiempo, una masa como la del queso y la leche. De ella surgen triunfantes Dios y los gusanos, que más tarde se transfiguran en ángeles. Son cuatro sus capitanes: Luzbel, Miguel, Gabriel y Rafael. Hizo la Providencia entonces, a Adán, Eva y al pueblo, pero como dicha multitud no cumplía con los mandamientos, Dios mandó a su hijo al cual prendieron los judíos para crucificarlo.
Menocchio desconfiaba de los curas. Confesarse le parecía por lo mismo, ponerse delante de un árbol. Nada curioso que esos metafóricos organismos de raíz, tallo y copas que pululaban en el Santo Oficio decidieran dar por terminado su peregrinaje en este mundo. Menocchio ardiò en la hoguera.
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