viernes, 26 de abril de 2013

desde el piso 13


Este relato me encanta. Un tal Jonathan Hoag contrata a un investigador privado para que descubra lo que le ha sucedido el día anterior. Se siente confuso, al punto de creer que ha llegado al inexistente piso 13 de un edificio sin saber que hizo durante ese tiempo. Randall, el detective, acepta el encargo y al día siguiente va tras los pasos de su cliente. Su primera comprobaciòn es que Hoag, efectivamente, desaparece entre los pisos 12 y 14. Toma nota del extraño episodio y se dice que al día siguiente repetirá la visita. Su plan sin embargo, colapsa. Al llegar a su casa un doble de sí mismo se materializa en el espejo de  su cuarto y lo invita a pasar al otro lado. Es un portal del comité que aparentemente, dirige  el piso 13. Randall comprueba que el grupo está formado por criaturas de otra dimensión. No puede definir su actitud para con él, ¿son amigables?, ¿amenazadores? En cualquier caso, le dicen que Hoag es uno de ellos.  
Hoag por  su parte, con el aire de haber perdido interés en los hallazgos de Randall, lo invita a las afueras de Nueva York. Randall va para allà con su esposa, Cynthia, así que los dos  escuchan la verdad de Hoag. Él es en realidad un crítico de arte que habita el piso 13. Su trabajo tiene que ver con el control periódico de la perfección artística de las  producciones humanas. En cuanto al enigma, Hoag ya encontrò la clave. Tuvo un corto circuito y olvidó quién era y lo que hacía en el piso 13. De allí que contratara los servicios de Randall. Ademàs, está al tanto de lo ocurrido en la habitación del detective y le advierte que una estirpe inferior se ha hecho pasar como nativa del piso 13. Esos seres buscan interrumpir su quehacer como crítico. Mira, no ha sido una broma que me  provocaran el corto circuito, le hace notar a su, a estas alturas, ex-investigador.  Tampoco su intención de neutralizarte, agrega. Como fuera, Hoag está decidido a contrarrestarlos. Va a introducir algunos cambios en el universo, lo que incluye cambios que afectaràn al detective y a su esposa. Les recomienda que de regreso a Nueva York no bajen la ventanilla del carro.   
Es entonces que Randall y su compañera se despiden de Hoag e inician el regreso. La tentación de detenerse que experimentan es muy grande, pero recuerdan la recomendaciòn de Hoag. Han visto a un niño accidentado en la pista. Con esfuerzo pasan de largo,  pero al poco rato flaquean. Ven un policìa y deciden avisarle del niño. Cynthia comienza pues, a bajar la ventanilla y casi al mismo tiempo se da cuenta de que afuera no hay nada. Ni policía, ni sol, ni niños, ni ciudad, ni sonido, ni movimiento, ¡ay! Una  niebla espesa comienza a entrar por la ventanilla.  Randall, alarmado, pide  a Cynthia que vuelva a subirla, pero ella está paralizada. Ajetreos van y vienen hasta que  Randall lo hace por sí mismo. Solo  entonces, con el vidrio arriba, la ciudad reaparece. También lo hacen el niño y el policía. Cynthia, recuperada, dice  “vámonos Randy”, pero Randall, que se ha dejado invadir por la posibilidad de jugar con fuego, gira la manivela. Abre con cuidado la ventana de atrás y deja un espacio. Basta esa pequeña abertura, casi una grieta,  para que la neblina aparezca, pero sólo allí. En el parabrisas delantero se dibuja la ciudad, el tránsito, todo…

Robert Heinlen, La desagradable profesión de Jonnathan Hoag, 1977. 


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