El plus de la mirada al malecón, la arquitectura de las casas, y la última laguna de la urbanización. El veinte por ciento de ese aire en forma de oxígeno que sopla en la cara del caminante. Morella está a cargo del plan. En vez de pasar la tarde viendo el fútbol daremos
un paseo por el balneario. Quietud. Nuestras voces forman una suerte de bruma sonora que viaja sobre la arena. Nos decimos: cuidado con la grada, qué bonita palmera, me gusta esa ventana. Innovamos al llegar a los juegos. ¿No te da miedo? Morella se ciñe una cuerda a la cintura y comienza a oscilar como un péndulo. Debajo de ella se extiende una capa de agua. La escena me hace pensar en Jim de la selva, el hombre de la tenida color caqui, desterrado hace varios años del imaginario televisivo. Como si desenterrara un album, recuerdo ahora a Tarzán de los monos. El hombre no ha tenido la suerte de los Osos Panda o los Piratas del Caribe en la tele.
"¡Dooora la caaazadoora!". La exclamación de Morella se cuela en mis asociaciones. Opera como la descarga gratuita de un reproductor multimedia, que revela su fantasía. Atención. La figura que va y viene encima del charco ¡es la princesa Copos de Nieve! Pegasus debe haberse quedado detenido por alguna nube malvada. Sumo tres idas y venidas antes de ver acercarse a Morella. Me da a entender que es mi turno en el ritual del to-dos-ju-ga-mos. Me lanzo. Ensayo otro ¡Dooora...! y aterrizo bien, ¿qué esperaban? Cierto que para evitar el bis hago el gesto de saborear un helado. ¿Un Frío Rico?
"¡Dooora la caaazadoora!". La exclamación de Morella se cuela en mis asociaciones. Opera como la descarga gratuita de un reproductor multimedia, que revela su fantasía. Atención. La figura que va y viene encima del charco ¡es la princesa Copos de Nieve! Pegasus debe haberse quedado detenido por alguna nube malvada. Sumo tres idas y venidas antes de ver acercarse a Morella. Me da a entender que es mi turno en el ritual del to-dos-ju-ga-mos. Me lanzo. Ensayo otro ¡Dooora...! y aterrizo bien, ¿qué esperaban? Cierto que para evitar el bis hago el gesto de saborear un helado. ¿Un Frío Rico?
En un par de trancos estamos en la bodega. ¿Se sorprende alguien si digo que con la mano todavía enmelada, Morella vuelve al plan? Vamos al mar y de
allí a la piscina. Tenemos que
ponernos las ropas de baño. La temperatura no debe estar tan fría. Le digo que sí,
pero ya en la casa me suelto toda. A ver si entiendes que tengo cuarenta y nueve años más que tú.
Los ojos de la niña se detienen en los míos. Los abre y los cierra como si no
le saliera un ¿iii? Mi ritmo es distinto. Me canso antes.
¡Manya! Sebastian que
acaba de entrar a la cocina en busca de un refresco, me mira divertido. Creí
que eran promo, observa. Parece una secuencia arreglada. Casi una advertencia
sobre el improbable capítulo de ciencia ficción que de pronto me viene a la
cabeza. Trata del extraviómetro, un artefacto que mide las salidas del tiempo.
Basta colocar uno de sus extremos en la yema de un dedo para que su aguja
oscile hasta señalar un número. Ese es el asunto, dice el especialista que se
dirige a un tipo de aspecto nefelibata. La manecilla ha marcado un nueve. Su
índice de extravío es muy alto. Si le interesa saberlo, la gente anda por los
cinco. A lo sumo, por los cinco punto cuatro. Con ese puntaje uno se defiende
de la musiquilla que lo lleva a usted a perder el sentido de la edad. A
continuación, el tipo recibe instrucciones para librarse ¿de la dolencia? Debe
repetir, no menos de tres veces al día, ¡cómo pasa el tiempo! Toda una terapia
del lenguaje.
La voz de Morella irrumpe en la serie que tengo en la cabeza:
-¿A
quién le dices gracias doctor?
- A nadie.
-Bueno.
-Era la línea de un poema.
-Ya. ¿Vienes?, me señala la orilla. No puedo evitar sentirme doblemente dócil. Sigo a la niña y digo ¡cómo pasa el tiempo!
-Era la línea de un poema.
-Ya. ¿Vienes?, me señala la orilla. No puedo evitar sentirme doblemente dócil. Sigo a la niña y digo ¡cómo pasa el tiempo!
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