miércoles, 17 de abril de 2013

una pariente de lord Baltimore

Baltimore, la ciudad donde paso unos días, me sugería algo. ¿Qué? 

Hice una pausa antes de asociar el apellido Maryland, el estado norteamericano donde está Baltimore a mis años escolares. A una compañera de clase, le encantaba jugar a la aristocracia: "soy pariente de lord Baltimore, ¿y tú?". 

Mi segundo recuerdo es menos escurridizo. Tiene que ver con Edgar Allan Poe y John Waters. Poe fue el primer escritor norteamericano que pretendió vivir de su oficio. Fue un poeta delirante. Entre sus relatos, me quedo con William Wilson sobre los temores del doble. Poe murió en Baltimore. ¿De qué? ¿Alcohol, drogas, suicidio? Su muerte sigue siendo un misterio.

 John Waters, el título de su primera película: Mondo Trasho (1969) sirve de nombre a un puesto especializado en cine de culto, ubicado en Polvos Azules. El perfil de Waters es camp en el sentido que Susan Sontag definió lo camp. Hasta su bigote es camp (evoca a Little Richard el rockero de Tutti Fruti).  Para Sontag  lo camp era una sensibilidad que comenzaba a emerger. Era artificiosa. Extravagante. Visual. Resaltaba las texturas y los colores llamativos. Su estética era manierista. Los ejemplos de Sontag aludían al  cine, la pintura, la literatura, al ballet o a la  música. Para Sontag limitarse a  disfrutar la cultura highbrow, era un gesto fuera del mercado.  ¿Por qué privarse de experiencias? La diversión garantizada meterse con la cultura popular, lowbrow

En Hairspray (1988), película  de Waters,  posteriormente llevada a Broadway y que se repuso en el cine con Travolta en el papel de Edna,  la discriminación es tratada en tono de comedia. Waters retrata de manera frívola los conflictos entre la población blanca y la afroamericana durante la segunda mitad del siglo XX. Su ciudad es un hervidero y él se ríe en plan de arreglar las cosas. 

Basta una visita actual al downtown de Baltimore y alrededores para constatar cuántas barreras se han  franqueado. Los afroamericanos, algo más del sesenta por ciento de la población, se mueven a su aire por  calles y establecimientos. En una calle principal, se ha levantado un museo, el Reginald Lewis, dedicado a la cultura negra y sus viscisitudes. 

En este marco, me hizo sonreir la vendedora anglosajona de la tienda del Baltimore Museum of Modern Art. Cuando le pregunté por el recorrido del Charm City Circulator, una línea de ómnibus que  promocionado como transporte gratuito tanto para locales como para visitantes, la  señora hizo un gesto de indiferencia. 

-No tengo ni idea, respondió.  


Me recordó a la compañera de colegio que mencioné. ¿Sería también pariente de lord Baltimore? La imaginé a la salida de su trabajo. En vez del tansporte público corriente, a ella la transportaba una limusina.


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