"El trabajo me a-bru-ma", dice la niña en un estilo que ha aprendido de su madre. El ejercicio al parecer, la anima porque agrega: "Maaamiii, ¿me-pue-des-ser-vir-un-va-so-de-In-ca-Ko-la-con-hie-lo?" Cualquier pretexto
es bueno para no empezar la tarea del colegio. Francesca vierte la
gaseosa en el vaso de su hija. Es mejor que la bebida esté solo ligeramente
fría, le dice. La niña asiente y como si se tratara del mismo tema agrega: "deberías llevarme otra vez al
Municipal. ¡Rodrigo y Julieta me gustó tanto!" "Es Romeo, no Rodrigo", dice Francesca y ahí no más se da cuenta de que ha pisado el palito. A Mariana le encanta tomarle el pelo con sus
lapsus. Aprovecha, se ve, de su confusiòn para sonreir y remolonear. Esa suerte de lucha cuerpo a cuerpo con su hija para que comience la tarea le
ha tomado al menos media hora. "Creo que voy a contar sobre el parque- dice de pronto la niña-. Lo que pasó cuando María Fernanda y yo comenzamos a vender las
pulseras. ¿Será esa una noticia local?" "Ya lo sabrás en clase.
Ahora sólo escribe tu idea". A Francesca le basta ver el título del pequeño ensayo de su hija: La moda de las pulseras, para decirse que disfruta de las tardes en su casa. Mariana dedicada a sus tareas y Rodrigo, el fallido Romeo del supuesto lapsus de su hermana, a su clase de música. Desde la otra habitación, llegan las
notas del Canon de Pachelbel. Qué suerte haber encontrado esa profesora de
piano.Francesca se dice que le falta confirmar todavía el horario del tenis de Mariana. Marca el número de la academia en Miraflores. Su lectura puede
esperar a la noche. Un cómic novelado o una novela graficada. Desde el título ¿Eres mi madre? da para preguntar que habrá pasado en la casa de la tal
Alison Bechdel, su autora. Lo que fuera, ninguna duda que educar a-bru-ma. De pronto se ve frente al espejo. Repite el a-bru-ma que Mariana imita con gracia. Agrega:
fe-mi-nis-mo. Y enseguida, un nooo que exagera como si quisiera tocar la punta de su
nariz con el labio superior. Eso de largarse al trabajo y dejar a los hijos. Eso de lanzàrselos a
quien sabe quién. Le encanta educar a
Mariana y a Rodrigo. E-du-car-los. ¿De dónde habrá sacado el gusto de dividir las sílabas? De pronto le viene a la cabeza otro sonido articulado: fe-liz.
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