lunes, 27 de mayo de 2013

cuando la ficción hace agua

Leo en Cómo no escribir una  novela  el siguiente párrafo: "Cuando llamas a alguien para que te preste un servicio, un soporte informático por teléfono, por ejemplo, ¿quieres que el técnico te cuente todo lo que sabe sobre tu sistema operativo, el código alfanúmerico de tu red inalámbrica y los algoritmos de encriptación antes de que te explique qué tienes que hacer para recuperar tu conexión a Internet?"

Mi respuesta es:


 —A veces. 


Vaya prosa con la que me alejo de la supuesta divertida observación de Newman y Mittlemark. Para los autores del libro que acabo de mencionar, la interrogación tiene una sola respuesta: no. 


Pienso que serìa necesario un Harlem shake para entender lo siguiente: la trama no debe ir en pos de detalles inacabables, es evidente que aburren. Y, segundo, una narraciòn funciona sòlo tras la construcción de personajes. Recièn entonces se ingresa al ámbito de  la ficción. 


La recomendaciòn de los autores prosigue. Pase de largo las  asociaciones muy amplias. Quiere narrar, ¿no? Destile la esencia de lo que le cautiva.


 Me pregunto si esta operación me es posible. En cualquier caso, debo medir la dificultad de la aventura. Entornillarme a la silla. Cuidarme de ser seducida por la inercia de la biografía. Por la historia que, en su propio océano, suelta amarras para navegar dando tumbos. Los sacudones de la ficción son otra cosa.  


Finalmente. No vaya a ser que en vez de conseguir un lector, eso de la folie a deux, me capture la folie, y adieu. Foster Wallace: hablemos de langostas, solo a ratos.

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