viernes, 5 de diciembre de 2014

por dios, no dejes que me duerma

Para algunos, una pieza de danza teatro debe valorarse por sus denuncias. Voy a mencionar algunos temas que se prestan a la actitud crítica: la corrupción de la política, los conflictos de la vida de pareja, la discriminación de género, la intolerancia frente a la opción sexual o la inconsciencia con la que nos hemos puesto a calentar nuestro planeta. Vivimos en un mundo que hay que cambiar y el arte debe recordarlo. Y lento. Y oscuro. Y monótono. Y larguísimo. El coreógrafo no pone el suficiente empeño en la estructura general de la obra, ni en el modo de captar el interés del espectador. Acusa y ya está. Uno puede llegar a imaginar que sus propuestas le hacen la contra a la pujante Iglesia Universal del Reino de Dios. La misma que acaba de inaugurar una apoteósica sede en Sao Paulo y seduce con su lema: Pare de sufrir.
Aquí se sufre y cómo. He escuchado decir que este arte es mejor porque resulta difícil de entender. Es por lo menos curioso, que buena parte de los que parecen captar lo que sucede sobre el escenario tengan un vínculo con los protagonistas de la obra. Si hay un discurso no manifiesto en esta admiración, es el deseo de llegar a hacer lo mismo. Compartir el sueño de bailar. Los fans se identifican con sus artistas y alientan sus progresos. Poco objetivo, pero se comprende. 

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Quien no dedica buena parte del día a ejercitar su cuerpo, sea a aprender a respirar, contraer y relajar el torso, levantar una pierna, la otra, lanzar los brazos, hacer giros con soltura, o adquirir una elasticidad inenarrable, no llega a ser un buen bailarín. Tampoco el que no logra expresar sus emociones. La entrega de la gente que se dedica a la danza tiene que ser impecable. ¡Si se atreven a convertir su cuerpo en un instrumento!
En Lima, la ejecución de los profesionales del movimiento, la elección de la música, y ahora último, la inserción de secuencias de fotos y video suele ser lo mejor de un espectáculo de danza contemporánea. Interpretar es a veces la falta. Yo no sé, (por qué).
 Con todo, nos mantiene confusos lo poco atractiva que resulta en su conjunto una obra. ¿Será que rinde poco ver las cosas sin matices? A los que se ubican en el lado apocalíptico, les horroriza la manera en que la tecnología adormece a la audiencia con sus espectáculos televisivos. A los integrados en cambio, les gusta todo baile que permita matar el tiempo. Mejor si son cuerpos de impacto los que desfilan por la pantalla.  
 Para ahorrarnos el empeño de preguntar qué es y que no es lo artístico, un terreno polémico desde por lo menos, el tiempo en que Tolstoi publicó ¿Qué es el arte?, valga recordar que el espectador está deseoso de entregarse. Desde que  se acomoda en su butaca lo suyo es un: te miro, te atiendo, te escucho; por dios, no dejes que me duerma, ¿me ayudas a entender lo que tienes en mente? ¿lo que buscas?, ¿lo que quisieras?; ¿y me vas a hacer pensar?, ¿sentir?  ¿entretener? etcétera. Una coreografía debe envolver, ojalá que mantener a su público en estado de suspensión. A la salida del teatro cada quien bailará con su pañuelo. Una alusión  breve, del sentido abierto de la creación artística.

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Traté de no dar importancia a la primera carrera de la coreografía de JLS. La música ponía. Las imágenes proyectadas, lo mismo. No pude con la segunda corrida y menos con la tercera. La fobia a los desplazamientos de ese tipo en el escenario, que desarrollé al seguir la danza local durante un tiempo, fue el primer obstáculo que me impidió disfrutar de Wild. Qué puede uno decir sobre ese recurso desgastado. A otra cosa,  tal vez.
 Al rato me dije que Oscar Wilde, debía haber sufrido harto por la traición de su ex pareja. No sólo mandarlo indirectamente a prisión, sino desentenderse de su infortunio. Los poemas que Don Oscar escribió, versos tristes todas las noches que pasó en la cárcel, se transmitían grabados.
A mi entender, modesto, modestísimo, JLS, es un bailarín que tiene una postura correcta, sus extremidades le responden, hace los giros que debe, sorprende con su equilibrio, como también con su entrega y su energía inagotables. Tal vez le falta hacer a un lado el temor de jugar un poco en escena. En una de las primeras secuencias, cuando recorre enfundado en un saco aterciopelado lo que podría entenderse como una pasarela, pudo evocar la imagen de Zoolander, el personaje de Ben Stiller en la película del mismo nombre. El humor y la seriedad no tienen que estar de pleito. Sin buscar amarillar la obra, podía haber sido una manera de poner en asociación las neuronas de la audiencia. De dar más volumen a la imagen del literato retratado como un santón victimizado. 


2 comentarios:

  1. "... me impresiona el mundo interior de la señora Garland y la capacidad de encontrar paralelos y analogías con el mundo real y cultural. Sería muy importante contar en los medios de comunicación masiva a alguien como la señora Garland que nos enseñe a apreciar desde su compleja dimensión el gran arte del Ballet".
    Mina Maggiolo Dibos.

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  2. ¡Qué generoso comentario! Gracias, Mina.

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