viernes, 22 de febrero de 2013


 Johanna se reincorpora de la cama como si fuera un luchador que se resiste a terminar la pelea en la lona. Se ha librado de la fiebre, pero las imágenes que la acosan siguen en su cerebro. Ha sudado a chorros y necesita otra chaqueta. ¿Transpira porque mejora o mejora porque transpira? Duda hasta para elegir qué camiseta enfundarse. La roja a rayas, decide por fin. Tenemos una zona específicamente auditiva en la cabeza. Una gran productora de voces auspiciada por la gestión electro química de la masa encefálica. Vaya nombre.  Su base, trataré de soltar el  vocabulario, es el mismo tejido que nos permite respirar, caminar, disfrutar del gusto inadvertido de un suspiro, en fin. Algo ocurre con los sonidos de bajo volumen, sino apagados con los que Johanna ha vivido la vida. 

Hoy, el polo rojo que acaba de elegir y el mismo estante donde se apila la ropa se convierten en testigos de la nueva sensación de Johanna. Acaba de darse cuenta de lo que podría significar hacerse dueña del vasto y misterioso territorio que es ella misma. Con  treinta y siete grados de temperatura y ya no con cuarenta (la cifra del alivio coincide con sus años de vida), ha oído por primera vez dos palabras en su interior. No más. Va a poner un aspa a su permanente sensación de inexistencia. A las imágenes en el sentido de miedo y control. No más. En algún momento el ojo-pare-cruce-tren dinamitará la vía visual y el arrullo será energía mecánica. Acciòn. No más. 

 Quien sabe ha anticipado lo que podía pasarle, dice Sally. Las preguntas de la policía la obligan a especular. En realidad, no podría afirmar que hubiera algo particular en el aire zafado con el que Johanna encaraba la vida. 
- Si te enteras de que una evangélica peruana cierra la puerta del vehículo que la traslada al aeropuerto, le habìa dicho. ¿Qué disparate era ese? Sin duda uno más de la  lista a la que Johanna la tenía acostumbrada. ¿Por qué tienes que tomar todo de manera tan literal? El reproche de su amiga la descolocaba. Definitivamente, a Johanna no le interesaba reponder preguntas del tipo ¿a qué te refieres? Sally recuerda haber traspuesto la puerta del edificio para despedir a Johanna cuando saliò del departamento. Sì vivìamos juntas, le dice al policìa. Pulsó entonces el botón del ascensor y ahí no más se duchó antes de salir rumbo al estudio. 
Me digo que si en Lima el reloj marca las 5.30 am, en Venezuela son las seis, una hora decente para llamar.  
-Buenos días, habla Percy ¿en que puedo ayudarla? El tono de voz  de un recepcionista de hotel, me confirma que formo parte de un mundo globalizado.
-Si, por favor, con la habitación 1404.  
De la reproducción de una pintura de Andrew Wyth que he colgado en la pared parecen , emerger los recuerdos. Elizabeth, la paralítica recostada sobre la yerba que observa el horizonte donde se perfilan dos casas, algo debe tener que ver con mi madre. Se dice que es la pintura engreída del MOMA y podría decir que también la suya. Las llamadas, incluso las locales, ponían nerviosa a su madre. Todo debía  detenerse su alrededor a cuenta de que al otro lado de la línea no contestaban, sonaba ocupado o sencillamente, se detectaban ruidos raros. La vulnerabilidad de su madre ante la comunicación telefónica era un acápite del libro que alguien debía haber escrito ya. Tal vez lo haga ella. Un capítulo debiera dedicarse asu manera de imponer confusión en torno a ella. Los auriculares en la oreja eran con todo, una pausa que nos regalaba la vida. Jugábamos a las estatuas agregándole el ritmo del un dos tres reloj, una escapada que nos trasladaba a un mundo de comicidad del todo inapropiado para el silencio de vida eterna que su madre  necesitaba. Valía la pena la bocanada de aire fresco, aunque después inevitablemente tuviéran que pagarla. 
  
Espero un instante pensando que hago una llamada a una ciudad donde se concentra la atención internacional. El hotel de Johanna está cerca de la habitación número nueve del Hospital Militar donde yace el cuerpo de  Chávez. ¿Cuál será su grado de conciencia? 


-La gente traduce sin saber. Ya ves, Jorge dice: Hermano y Joaquín: Brother a sus amigos.  

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